Se puede comer rico y sano; y si lo hacemos la mayoría de las veces, también podemos hacer alguna excepción cada tanto.
También hay una dificultad social ya que los demás no son naturistas ni tienen la más remota intención de serlo.
Además no existe un criterio unificado entre los médicos y nutricionistas, sino que entre los mismos naturistas hay diferencias enormes. Asimismo, la edad es determinante; un niño no debe comer lo mismo que un anciano, ni una persona sana lo que una enferma, ni un deportista que entrena diariamente lo que una persona sedentaria, etc, etc. Es decir, no existe una dieta universal para todos los seres y situaciones.
Hay un principio básico que consiste en que el alimento sea producido por la naturaleza y no por el hombre (fabricado). En lo que se refiere al controvertido tema de los lácteos, mi opinión sobre ellos es francamente negativa.
Aunque se hayan consumido durante milenios, y conserven una buena reputación, no puedo negar mi propia experiencia clínica donde he apreciado lo dañinos que son. En este sentido, además, me asisten multitud de experimentos que avalan mi opinión de descartarlos absolutamente de la alimentación humana (en cualquiera de sus formas: leche, queso, yogur, manteca, etc.; como también cualquier preparación que los contenga, aunque sea en pequeñas cantidades).
En Estados Unidos se llevó a cabo un experimento que consistió en realizar un seguimiento a mil mujeres durante diez años. A la mitad de las mujeres (quinientas) se les permitió consumir lácteos y a la otra mitad no. Al cabo de los diez años, la tasa de cáncer de mama del grupo que había consumido lácteos era un 50% mayor que la del grupo que no los había consumido.
El mismo fenómeno se observa en los países que son grandes consumidores de lácteos, como Francia, Holanda, etc. En estos lugares, y a pesar del enorme nivel de prevención que tienen (las mujeres se hacen una mamografía cada seis meses, o cada año), las tasas de cáncer de mama son muy altas.
Esto coincide con mi experiencia ya que, una y mil veces, he verificado en mi consultorio que los lácteos no sólo son cancerígenos sino que también producen un sinnúmero de enfermedades.
Es sorprendente ver que niños con asma, y condenados al uso de corticoides para el resto de sus vidas, se curan totalmente en pocas semanas, sin ninguna medicación, por el simple hecho de quitarles los lácteos y algo de la “porquería” que consumen.
Los lácteos tienen un altísimo poder alérgico en todos los seres humanos, tal y como ha sido debidamente comprobado por múltiples experiencias.
Esto se debe a que están destinados a otra especie animal, la bovina. Al ser ingeridos, producen una reacción alérgica en el estómago, que comienza a segregar mayor cantidad de ácido clorhídrico. Es decir, causan gastritis.
Nótese que durante décadas se ha tratado la gastritis, la úlcera, etc., con una dieta con lácteos. De esta forma, lo que se conseguía era convertir la gastritis en una enfermedad crónica que duraba años cuando hoy en día se cura con una semana de dieta adecuada.
Observe la paradoja de que era el médico quien provocaba la dolencia en lugar de sanarla (lamentablemente, algunos médicos continúan con la funesta práctica de aconsejar los lácteos para combatir la acidez). Esta acidez es terrible para el organismo y debe ser controlada a toda costa dado que de otra manera puede perforar el intestino.
Para paliarla, el organismo apela al calcio de los huesos y así la compensa. O sea, que los lácteos no solamente no previenen la osteoporosis sino que la producen al igual que la gastritis. Y como el organismo rechaza los lácteos, también se hace muy dificultosa la absorción del calcio que contienen; tanto es así, que los laboratorios que producen suplementos de calcio aconsejan que no sean ingeridos con leche, ya que entonces no se absorben, y que se tome el suplemento con agua.
Y por ende, el aumento de la acidez (que no sólo es provocada por los lácteos, como veremos) produce un sinnúmero de enfermedades, algunas de ellas muy graves, e incluso terminales.
La medicina occidental se ha ocupado mucho de la bioquímica del organismo. Es decir, lo ha analizado exhaustivamente, estudiando qué células lo componen, los fluidos, las hormonas, las vitaminas, proteínas, hidratos de carbono, grasas, etc.
En cambio, la medicina oriental se ha ocupado durante milenios de la biofísica del organismo, averiguando cuáles son las fuerzas que interactúan, las diferentes energías, las influencias de unos órganos sobre los otros, etc., y conoce con precisión los planos detallados de los conductos virtuales (sin existencia real anatómica) por donde la energía circula por el cuerpo.
Es decir, los meridianos; los mismos que se utilizan en la acupuntura, dígitopuntura, etc., para restablecer el equilibrio en los distintos órganos y partes del cuerpo. El intestino, ese tubo que comienza en el estómago y termina en el ano, tiene funciones importantísimas. Una de ellas es “decidir” qué es lo que entra en el organismo y qué va a ser descartado como materias fecales.
El intestino realiza esta función regulando su propia piel (o epitelio, tal y como se denomina médicamente). Pero para la medicina china cada órgano tiene funciones globales en todo el cuerpo, y el intestino regula, además, todos los epitelios del organismo. Por otra parte, al inflamarse el intestino se desequilibra su función de absorción de líquidos y el organismo se edematiza (se hincha de líquidos).
Y por supuesto, este aumento de líquidos termina siendo soportado por el corazón, que debe bombearlo. De todas formas, y tal y como hemos señalado con anterioridad, los lácteos no son los únicos productores de acidez en el organismo.
Hay una costumbre que se ha generalizado, especialmente en el último siglo, que es la de mezclar muchos alimentos en una misma comida.
Esta situación siempre había estado limitada a las clases más pudientes que podían organizar comidas con los más variados manjares.
Una de las consecuencias de estas comidas, según señala la historia, era que el promedio de vida de la alta burguesía rondaba los treinta años mientras que el promedio de vida del resto de la población, que solía comer uno o dos alimentos por comida, rondaba los cincuenta.
Como hemos visto, hay alimentos que por sí solos son muy nocivos para la salud y para la vista, que, repito, es la que más se ve afectada por una mala alimentación. Me refiero a los lácteos y a los azúcares y/o cereales refinados. Dicho de otra manera, ni éste ni ningún otro tratamiento que intente restaurar el natural funcionamiento del organismo puede realizarse si no se tiene en cuenta la dieta. Y en la vista la relación es crucial.
Antes de proponer la dieta que considero adecuada, quisiera hablar un poco de las dolencias digestivas y de algunos “alimentos” que son especialmente tóxicos.
Cada vez son más las personas que padecen dolencias digestivas, muchas veces durante años, y que buscan infructuosamente alguna solución. Sin embargo, existen algunos recursos sencillos para prevenir y curar estos problemas.
Todo ello, por supuesto, sin olvidar la visita al médico, quien determinará con precisión el tipo y grado de dolencia, y recomendará el tratamiento más adecuado.
Por ejemplo, en la gastritis, esofagitis, úlcera de estómago y duodeno, y en la inflamación del intestino delgado (enteritis), hay un factor común que es el aumento de la secreción de ácidos clorhídrico y acético, como ya hemos mencionado, a los que se agregan los movimientos antiperistálticos (contra la corriente) que realiza el tubo digestivo para defenderse de estos ácidos. Y por supuesto, del freno en el tránsito intestinal, sobreviene el estreñimiento.
Para resolverlo, se apela a los purgantes, o a los yogures, que agravan la situación ya que descomponen más el intestino. Pero producen una irritación tan grande que, finalmente, el organismo intenta desembarazarse de todo este menjunje y se restablece el tránsito intestinal.
Con el tiempo, vendrán las enfermedades degenerativas, el cáncer, etc. Pero para la medicina natural está bastante claro el origen del cáncer y de muchas otras enfermedades, como por ejemplo el colon irritable que últimamente se ha hecho tan famoso. Pues bien, señores, para la medicina natural, el colon irritable no existe. Existe el colon irritado, y está irritado por todas las porquerías que se ingieren.
Es increíble escuchar a médicos especialistas en gastroenterología decir que una persona es gastrítica y que lo es por causas totalmente independientes de lo que ingiere. Hay otros factores que aumentan la secreción gástrica.
El mate es, a mi juicio, cancerígeno para todo el organismo. Cualquier persona puede verificar la tremenda inflamación que se produce en el intestino al tomarse una pava de mate. Es muy fácil: se mide el perímetro del abdomen antes de tomar mate y al rato de haberlo ingerido. El café, el tabaco y el alcohol también producen hipersecreción. Y ni qué hablar de los alimentos “fabricados” por el hombre, que suelen ser “plásticos” que mezclan mil cosas, más conservantes, saborizantes, etc. etc.…
Otro factor muy relevante, además de la alimentación, es la forma en que se come. En el caso de las pataletas al hígado y los problemas de vesícula biliar (cálculos, etc.), es bien conocido que los alimentos de origen animal, muy elaborados y condimentados, así como las grasas, fritos y chocolates, afectan al sistema hepatobiliar.
Si bien esto es verdad, una de las cosas que más afectan a este sistema es comer en tensión, apurado y masticando mal, no hacer el debido reposo después de comer o, lo que es mucho peor, comer y trabajar o realizar actividad física a la vez.
La dieta que propongo se encuentra detallada más adelante. Las cuatro comidas realizadas en horarios fijos es, en general, un recurso escasamente valorado. La naturaleza es rítmica en muchos aspectos: día, noche, estaciones, mareas, etc.; y también lo es en el cuerpo humano.
No comparto la idea de hacer más de dos comidas y dos refrigerios, debido a que entonces el organismo se pasa todo el día digiriendo, al mismo tiempo que trabaja, afectando así al sistema hepatobiliar.
La alimentación que propongo, entonces, incluye la gran mayoría de los alimentos naturales y casi ninguno de los alimentos “fabricados” por la industria alimentaria.
La flexibilidad es muy importante; por supuesto, si se trata de un niño, ésta será mayor; en cambio, si se trata de un anciano, deberemos ser menos permisivos.
Asimismo, la flexibilidad dependerá también de la gravedad de la dolencia: cuanto más grave, más estricta deberá ser la dieta. Y la segunda consideración es que conviene cambiar la dieta de forma gradual, lo que la convierte en más fácil y sostenible en el tiempo. De este modo, es menos exigente y se puede aceptar mejor.
A continuación expondré los principios que considero básicos, y luego serán ajustados a la índole y gravedad de cada dolencia. Las verduras se pueden consumir todas.
Y en esto hay un acuerdo bastante generalizado de que son una excelente fuente de fibra, vitaminas, minerales y alcalinidad. Deben consumirse frescas, descartando las congeladas, las latas, etc.
Pueden consumirse crudas o hervidas según la que se trate. Aquellas verduras que puedan consumirse crudas es preferible consumirlas así, pues de esta manera conservan la totalidad de su valor alimentario.
Y si desea consumir una alimentación más pura, elija los alimentos orgánicos. Los cereales integrales son importantes en toda buena dieta. Son una excelente fuente de energía, fibra, vitaminas y minerales, y lo adecuado sería que constituyeran entre el 10% y el 30% de lo que se ingiere.
El más común es el arroz integral, del que existen cientos de variedades. Por mi parte, prefiero el de grano alargado (tipo blue bonnet, carolina, etc., cocción 40 min.) a las variedades de grano redondo (tipo yamaní), ya que estas últimas suelen tener mucha cascarilla externa, que contiene un exceso de fibra, y en algunos casos puede irritar el intestino y en otros, como cuando hay divertículos, resultan contraindicados.
Además, el delicado intestino de los niños recibe mejor el arroz cuando no tiene cascarilla externa. (recordemos que no nos comemos la “espiga” de trigo). Otro cereal, quizás el cereal por excelencia, es el trigo. Se puede consumir en forma de trigo entero (no pelado ni partido); su cocción, previo remojado de ocho a diez horas, es de noventa minutos aproximadamente.
O también, bajo la forma más común de pan integral, elaborado sin mezcla de harinas refinadas. Es importante aclarar, tanto en el caso del arroz integral como en el de la harina de trigo integral, que no deben tener un grado de molienda muy grande sino lo más grueso posible.
Hay ciertos panes que se venden como integrales pero son dañinos para el organismo, que no está preparado para recibir alimentos tan refinados.
Lo mismo ocurre con las galletas de arroz integral, que son nocivas, especialmente para la vista. Otro cereal es la avena (arrollada gruesa, no refinada). Su cocción es de diez a doce minutos. Por último, el maíz. Se puede consumir directamente del choclo, o también harina de maíz gruesa (la polenta gruesa, cocción de diez a doce minutos y no polenta “1 minuto”).
Las legumbres (soja, lentejas, arvejas, porotos, garbanzos, etc.) son también una excelente fuente de energía, minerales, etc. (alimento bíblico, ver “Daniel” en el Antiguo Testamento). La leche de soja no transgénica,también es útil por su alto contenido en calcio, igual o mayor que en la leche vacuna (con la diferencia de que se absorbe totalmente).
El pescado puede consumirse tres o más veces por semana. En lo posible, evitar los mariscos porque contienen mucho ácido úrico y no son un buen alimento.
El pollo (el más natural que se consiga) puede consumirse una o dos veces por semana, cocinado sin piel ni grasa. La carne, una o dos veces por semana (los niños pueden comer más y los ancianos menos). También se pueden consumir otras carnes (pavo, cordero, chivito, etc.).
Las carnes de caza, como por ejemplo el ciervo, son más pesadas y su consumo debe ser excepcional. El cerdo y sus derivados nos parecen tóxicos y, en general, desaconsejamos su consumo. Las proteínas animales se combinan únicamente con las verduras y hortalizas (ver tabla de combinación de alimentos).
Las frutas, salvo la banana, que la agrupamos como un feculento, pueden consumirse todas. Sin embargo, deben consumirse fuera del horario de las comidas (al menos una hora antes o tres horas después) ya que, si no, resultan indigestas.
La única fruta que se puede consumir con la comida, si esta no contiene productos animales es la manzana. Las frutas y verduras deben constituir el 30% o más de toda la ingesta. Los cítricos, especialmente la tan promocionada naranja, perjudican al intestino y al hígado. He tratado a muchos naturistas que, con el simple recurso de sacar los cítricos de su dieta, se han recuperado de sus dolencias hepáticas. Pueden ser consumidos de vez en cuando, pero nunca el famoso jugo de naranja todos los días.
El limón, por el contrario, es excelente para el hígado. También se pueden consumir frutos secos u oleaginosos (nueces, almendras, etc.). Las almendras contienen tanto o más calcio que la leche entera (conviene pasar las almendras por agua hirviendo para retirarles la cáscara), con la diferencia además de que, en este caso, el calcio se absorbe y no se rechaza como en los lácteos. Y también las frutas desecadas (orejones, higos, etc.) aunque no deben mezclarse con frutos secos (por ejemplo, higos con nuez). (Ver tabla). Los feculentos (papa, batata, banana, mandioca, etc.) deben consumirse en forma muy limitada. Y en el caso de padecer dolencias visuales, conviene evitarlos por su alto contenido en fécula o almidón. En el caso de las dolencias visuales, deben evitarse todos aquellos alimentos que contengan fécula, almidón o azúcares: harinas blancas, pan blanco, galletas, postres, tortas y golosinas, arroz blanco, maicena, sémola, etc. Además de consumir alimentos naturales, hay que ser cuidadoso con su combinación. (Ver tabla). Por ejemplo, para digerir una carne, el estómago debe secretar suficiente ácido para producir un pH muy bajo. En cambio, para digerir un cereal o un feculento como la papa, hace falta una acidez mucho menor, es decir un pH casi neutro. Ahora bien, cuando introducimos en el estómago las dos cosas juntas, el cereal se ve sometido a una acidez mucho mayor. Entonces, en lugar de degradarse y convertirse por ejemplo en glucosa, se acelera la transformación química y la glucosa se sigue degradando hasta una molécula más pequeña, el ácido acético, que corroe los intestinos, liberándose en el proceso anhídrido carbónico que junto a otros va a conformar los gases. Otra de las malas combinaciones más comunes es mezclar el tomate con las comidas, ya sea como salsa o como ensalada. Es un fruto que debe consumirse fuera de las comidas y es, por sí solo, un gran productor de acidez.
Aun consumido solo, se le deben retirar la piel y las semillas por ser indigestas. Otra mala combinación muy común es mezclar el grupo de los ajos y cebollas con el huevo, etc.
El huevo se puede consumir, pero sólo con verduras y hortalizas. Si se tiene un colesterol alto, no se debe ingerir la yema. La cebolla y el grupo de los ajos deben consumirse en pequeñas cantidades.
A efectos de ayudar a los pacientes a combinar adecuadamente los alimentos, pueden ver la tabla en la página web que recoge la experiencia de haber revisado lo que comían miles de pacientes y los síntomas que les producían.
Quisiera comentar, para concluir este capítulo, que durante muchos años me he ocupado de investigar (sin ningún plan preestablecido ni rigor científico), todos aquellos casos de personas que habían alcanzado la longevidad. Así, me he encontrado con muchos hábitos de vida diferentes y con casos sorprendentes: ancianos de ciento diez o ciento veinte años que fumaban, que tomaban aguardiente de alta graduación, que comían cualquier cosa… por lo que me resultaba difícil sacar alguna conclusión respecto a los factores que producían esta longevidad.
Sin embargo, finalmente, pude aislar un factor que era común a todos ellos. Y este factor (que creo será mucho más estudiado en el futuro) es simplemente: la frugalidad.